Opinión
Javier Flores, columnista invitado de Mundo D
Contra Barracas, el entrenador cambió y encontró respuestas del equipo, justo en la previa del clásico contra Belgrano, que desafía su “muñeca” como conductor de grupo.
El triunfo de la “T” de este lunes 4-0 contra Barracas Central debe evaluarse en algunos frente que van mucho más allá de lo regocijante que siempre resulta una goleada. Y más si se consigue frente a uno de esos equipos “picapedreros”, que amontonan gente atrás, reducen espacios y tratan de impedir, a como dé, que el rival juegue. De esos que a Talleres siempre le han complicado la vida.
Lo más importante es que volvió a ser. Que pasó del equipo irreconocible que fue unos días atrás frente a Argentinos Juniors, en la Paternal, a este que se reconoció el Kempes en sus trazos futbolísticos principales y que marcan su ADN. Todo lo que faltó frente al Bicho reapareció contra el Guapo -y potenciado- en un primer tiempo casi ideal, “el mejor que le ví en los último tiempos”, a decir de su DT Javier Gandolfi, al término del partido.
Y que esa química resucitó justo antes del clásico contra Belgrano, un partido que siempre será distinto y de cuyo resultado suele depender las suertes de los entrenadores. “Este partido era una bisagra, por ese pequeño bache en el que cayó el equipo, la altura del campeonato y por el clásico que se viene. Los chicos se sacaron de encima una mochila que no merecían”, dijo “Cobija”.
No sólo los chicos. Fue el entrenador quien se la sacó, principalmente. Sus palabras y gestualidad en la rueda de prena así lo evidenciaron. Talleres tenía que ganarle sí o sí a Barracas y volviendo a sus formas. Para los jugadores era una mochila llena de ropa y para el DT, de plomo.
No sólo fue una necesidad: fue un requerimiento, una obligación. Una derrota o un empate híbrido hubiera condicionado su continuidad porque lo de su equipo contra Argentinos fue espantoso –defendiendo con cinco le hicieron un gol de un saque de banda, como muestra basta un botón- y no podía eludir su responsabilidad como máximo conductor del grupo.
O el equipo le respondía y cambiaba contra Barracas, o lo que sucediera en el clásico se lo podía llevar puesto, como hizo Talleres con el equipo que conduce “el Huevo” Rondina. “Tuve que hablarle a los jugadores y explicarle cómo estábamos”, señaló también.
A buen entendedor, pocas palabras.
La lección aprendida
El equipo aprendió del partido contra Instituto. Esa línea de cinco atrás que le propuso la Gloria y que no pudo romper, fue una obsesión en los días siguiente para Gandolfi, quien sabía que Barracas se la repetiría. Tenía que encontrarle la vuelta para vulnerarla. Y la encontró.
Apeló a los tándems Ramón Sosa-Juan Carlo Portillo y Gastón Benavídez-Nicolás Vallejo para atacar por las bandas, abriendo la cancha, generando un 2-1 a los laterales rivales y proponiéndoles duelos uno contra uno que siempre ganaron.
Hubo un uso inteligente de las diagonales hacia adentro para provocar la salida de los tres centrales rivales –en esa tarea fue destacable lo de Valentín Depietri y Rodrigo Garro- y aprovechar lo espacios que dejaron a sus espaldas. Se atacó más al espacio que al hombre y salió bastante bien.
Y reapareció ese pase filtrado y entre líneas que lastima, del ex Instituto y de Rodrigo Villagra. El juego que al equipo le faltó en la Paternal.
Respuestas que llegaron
Las aparición de Nicolás Vallejo fue un revulsivo. Su atrevimiento, velocidad y desequilibrio en el extremo derecho hicieron recordar, por momentos, a Diego Valoyes. Matías Galarza marcó el cuarto gol, pero más allá de esa circunstancia resultó una solución. Patea al arco y lo hace bien.
Lo mismo que Bruno Barticciotto, quien en los pocos minutos que jugó demostró que puede ser esa referencia de área que el equipo necesita tras la partida de Michael Santos y las lesiones de Nahuel Bustos. O de segundo delantero, si cambia el sistema.
O de Juan Carlos Portillo, quien le dio una agresividad desde el lateral izquierdo que su estructura necesitaba para romper hacia adelante. Había que dejar en el banco a un jugador de selección como Blas Rivero, recuperarlo y también el DT acertó con esa decisión.
Pero además del buen aporte de algunos de los jugadores que llegaron como refuerzos hubo, sobre todo, una reacción anímica y de actitud, de jugar con más confianza en las virtudes propias que con el temor por los argumentos ajenos. Todo lo contrario de lo que pasó contra Argentinos